Todavía no era la una de la tarde cuando mi amiga y cantante Isabel Angulo me llamó por teléfono. Su hija, que vive en España, acababa de comunicarse con ella y le dio la noticia. “Mercedes Sosa se murió”. Después de la llamada comenzó a llover en Holguín. Y después de la lluvia hubo dos arcoíris. Y después de los arcoíris dolió un poco más.
En la madrugada estuvimos hablando, hasta cerca de las 2 de la mañana, mi madre, Sergio (mi ángel) y Llaury, un amigo entrañable. Juntos nos reímos, hicimos silencios y tatarareamos en más de una ocasión las canciones de Un viaje íntimo, el DVD que acompaña los CDs Cantora. Todos sabíamos que Mercedes estaba muy grave; Lully, desde Colombia me había escrito un mensaje escueto, cargado de malos presagios.
Esa madrugada tuve el presentimiento que al amanecer, Mercedes ya no estaría entre nosotros y le dije a todos que estábamos celebrando la belleza de su voz. Porque eso es lo que nos ha dejado La Negra. La Belleza. Y como suele ser costumbre en mí, la Belleza va bien acompañada por una dosis de tristeza.
Después de la llamada de Isabel y María Fermina, quedó hecho el compromiso de encontrarnos a las siete de la noche en la Casa de la Divina Misericordia; yo debía leer algunos poemas, ya estaba comprometido desde hacía algunos días. Me era difícil, muy difícil aparecer ante personas desconocidas y leer como si nada hubiera sucedido. En realidad para una parte importante del mundo nada ha pasado. Nada ha cambiado. Sin embargo, para mí, para otros tantos amigos o desconocidos en todas partes del planeta el dolor se hizo hondo en nuestros corazones. Cuando se nos mueren los seres que amamos uno debería perder la memoria de lo que ha sido. Pero no es así. No sé si para bien o para mal, la vida no suele premiar de ese modo.
Ahora pienso, también, que ya no expreso el dolor de la misma manera que hace dos años, quizás. Cuando se está de vuelta de esas zonas tan profundas, claro que no se es el mismo. Y es que uno aprende a llevar dentro la procesión con una sonrisa tímida entre los labios. Una tristeza serena, para no alarmar a los seres que te rodean y te quieren, pero que no pueden entender del todo el hueco que llevas en el pecho.
Cómo quisiera tener a mi lado a la querida Dorian, de Chile. A Jorge y a Will; a Santiago y Augusto, todos mexicanos; a Agnie, de Francia… Entrañables y cercanos gracias a las canciones de La Negra… Qué más puedo pedirle a la vida, digo a Mercedes, que me dejó tantos hermanos… Con ellos he compartido alegrías y tristezas; es decir, hemos vivido. Y pienso en otros tantos amigos cubanos, lejos de Cuba, con ese animal oscuro que llevan dentro… En Miami, George Riverón, y aquella tarde memorable en el Gabinete Caligari, escuchando los chacareras del viejo Atahualpa; él y yo, solitos, mientras veíamos a lo lejos las montañas holguineras… Y recuerdo a Lourdes Castro, ahora en Santiago de Chile, sumada al balcón de la Pachamayda -en la casa de Mayda Pérez Gallego-, donde nos reuníamos a callar un poco, un poquito, mientras Mayda preparaba el té con limón de la noche. Y recuerdo a Tania, que coreó en el Canal de Panamá Dale alegría a mi corazón… Su fotografía nunca llegó. Y después Yudith, la holguinera que fue a Paris y en París, respondiendo a mis presiones por correo electrónico se “coló” en el concierto del Théâtre de Colombes; porque vamos pobres por el mundo… Y claro que también está el agente Gh (Gabriel Pérez), soñando posibles imposibles desde Holguín… Y Belkita, cantando el tema de Carito… Y también está Rubén. Claro que no podría faltar Rubén. Nada podría arrasar las horas que pasamos juntos. A él, más que a nadie, están ligados todos estos recuerdos, porque me acompañó desde el mismo momento en que apareció con una foto gigante de La Negra, y la voz entrecortada, porque la había robado de los archivos de un periódico para mí. En fin, y esto debo de escribirlo en una íntima primera persona: “cuando ya no estuviste, la negrita me acompañó con su Misa, una y otra vez, una y otra vez… Y otra vez.”
Escribo de vuelta de la Casa de la Divina Misericordia. Isabel Angulo y María Fermina cantaron Gracias a la vida; nadie habló. Ni Belkis, ni Gabriel ni yo comentamos nada. Un poco más tarde, en un café, un conocido me dijo que sacaría por la Radio Provincial una “pequeña crónica”, pero que no podía poner ninguna canción interpretada por La Negra. Y es que hay rencores, odios que duran toda la vida, Dios mío… ¡Qué pena! (Sin embargo la TVC pasó una nota copiada de Tele Sur… ) En fin, hay cosas que es mejor no buscarles explicación. Cuando duele no sirve de nada la lógica. Nadie (ninguno) va a traerla de vuelta a la vida; la vida a la que tanto agradeció…
Pudiera gastarme letras y letras escribiendo un millón de palabras grandes; por ejemplo “tú nunca vas a morir, Negra…” pero esto que escribo es para algunos amigos, nada más, y a ellos no les interesan las apologías. Amigos todos que sabemos que La Negra ya no está. Que se acabó la esperanza de que alguna vez íbamos a tenerla en concierto para nosotros. Y que muy a pesar tendremos que seguir cantando, viviendo… o sobreviviendo. Estoy seguro que mis amigos, en cualquier parte del mundo que estén, dispersos como islas, se irán esta madrugada a la cama recordando los versos de Yupanqui, con la respiración bien corta y un poco más tristes, tremendamente tristes, cantando: por qué la noche es tan larga…